“…la toma de conciencia feminista cambia, inevitablemente, la vida de cada una de las mujeres que se acercan a él (feminismo)[1]”
No siempre fui lo que soy ahora y por suerte.
No me enorgullezco de la que fui pero si que me enorgullezco de haber cambiado, de revisarme y de mirar a mi alrededor y decir ¡¡¡WTF!!! e intentar cambiarme para cambiar a la sociedad que me tocó vivir (digo WTF porque voy de millenial aunque paso de la treintena).
Me explico, no siempre he sido feminista. No. De hecho, alguna vez, en un tiempo y un lugar no muy lejanos llegue a decir eso de “ni fiminismi, ni michismi, iguildid”.
Si, lo dije. Si, salió de mi boca. Si, lo confieso.
Un día, después de soltar esa misma frase, sin ponerme ni roja, pero que hoy hace que se me agrieten los ovarios, una amiga feminista llamada Karen, con mucha mas paciencia que yo, me explicó qué era el feminismo.
El feminismo no es otra cosa que la lucha por la igualdad real de derechos entre hombres y mujeres, eliminando la dominación y violencia de los varones sobre las mujeres y de los roles sociales según el género.
Aquel día, por primera vez, alguien me hablaba en un lenguaje que, hasta entonces, había sido mudo para mí, usaba palabras que yo desconocía: rol, género, patriarcado, sororidad... pero que describían a la perfección lo que sentía y lo que sentía no era otra cosa que todas las emociones que conlleva ser mujer en esta sociedad.
Y es que de siempre me habían acompañado dos sensaciones en mi vida: una era la de no encajar en ninguna parte y otra la de estar constantemente sobreactuando mi género porque me quedaba grande el vestuario de mujer.
Y por más que me esforzaba en encajar, en parecerme a lo que los libros, la tv, la publicidad y mi abuela me decían que era una mujer, algo dentro de mí no estaba a gusto. Si bien siempre pensé que la que estaba mal era yo.
Jamás cuestioné el ropaje, nunca cuestioné que no lo había cosido yo, ni lo habían cosido pensando en mí, se había cosido en una fabrica por otrxs y con un patrón de mujer tan general que a mí y muchísimas otras le iba grande.
Por supuesto que, como es talla única esta vestimenta, es ajustable y a algunas parecía quedarles estupendamente pero a mí, a mí me iba jodidamente grande, y eso me frustraba y me entristecía. Yo era la rara, una suerte de shar pei con mucho maquillaje y tacones.
Tras la charla con Karen, me hice feminista al instante, aunque tardé mucho más en autodenominarme como tal y muchísimo más en decirlo en grupos de más de 6 personas y un porrón de tiempo más en subirme a un escenario y decirlo al micro con los ovarios bien lilas: SOY FEMINISTA.
Llevo años haciéndome feminista, llevo años leyendo, llevo años de-construyendo la machista que fui y de la que aún queda algo, aprendiendo y aprehendiendo (no, no está mal escrito) sobre el feminismo y las teorías feministas y me he decidido a mostrarles, a mostrarme, mi transformación.
Transformación (trans formar – ir más allá de la forma-) que sin duda ha sido la más necesariamente dolorosa de mi vida.
En palabras de Simone Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo”, creo que tampoco se nace feminista se llega a serlo y quiero compartir en este blog mi bitácora de viaje con ustedes.
¿Me acompañas?
[1] VALERA, Nuria, Feminismo para Principiantes. Barcelona, 2005 pag. 15.
Amé <3 Amé fuerte, me siento totalmente identificada con tu palabras Jéssika. Gracias por compartirlo.